El valor de la comunicación
Resulta más que habitual el hecho de encontrarnos a cargos institucionales que se quitan la mascarilla para pronunciar discursos, para entrevistas en televisión, o incluso en muchos otros momentos de su vida pública. Y estas situaciones me parecen un error estratosférico, Desde el Presidente del Gobierno, e incluso el propio Rey don Felipe VI, hasta el concejal del pueblo más pequeño que podamos imaginar, todos ellos comunican a través de sus actos. También comunican con sus actos los presidentes y secretarios generales de las formaciones políticas a nivel nacional, autonómico y local. Hoy día, los actos de nuestros representantes institucionales son un mensaje de comunicación en sí mismo. Por esta razón se deben cuidar todos los detalles por insignificantes que sean, desde el vestuario hasta el lenguaje no verbal pasando por nuestra expresión corporal lógicamente y también lo que decimos y cómo lo decimos.

Pero hay que tener cuidado con lo que se pide, y con lo que se cumple. Dicho de otro modo, no se le puede exigir a toda la población el uso obligado de la mascarilla para todas sus actividades cotidianas en todas sus actividades, y los gestores públicos, quienes marcan estas directrices a la sociedad civil, en muchas ocasiones, no las cumplen bajo subterfugios totalmente huecos. Y ya no digamos nada los programas de televisión que, en la mayoría de los platós no se utiliza. Me parece de una irresponsabilidad absoluta.
Cuando un gestor pide una exigencia a la sociedad, él es el primero que debe ser ejemplar absolutamente en todas sus actividades, y ser el primero en cumplir esa exigencia. Si él no es ejemplar y no acata la norma, ¿Qué argumento utilizará para que la sociedad cumpla esa medida? En este portal lo he dicho varias veces, y no me duelen prendas en repetirlo. El político debe ser ejemplar y ejemplarizante, y especialmente los que ocupan cargos de responsabilidad.

No me sirven excusas baratas para no utilizar la mascarilla en una rueda de prensa, o en el momento de pronunciar un discurso. Me cansa, me desilusiona, y me harta el hecho de ver al político de turno cómo llega al escenario y, ante los micrófonos y frente a los fotógrafos y periodistas, se quita la mascarilla. Y tampoco me sirve la manoseada excusa de que ‘la mascarilla dificulta la expresión de lo que se dice’. Hay que ser ejemplares y ejemplarizantes para que así podamos exigir ejemplaridad a la población. No podemos exigir lo que no cumplimos.
El valor de la comunicación es esencial en el mensaje, y se comunica con todo. Con el vestuario, con el lenguaje verbal y no verbal, con la escenografía, con los horarios y la contextualización del acto, y también con el uso de la mascarilla. Por eso, el hecho de quitarla ante un micro o en un plató lo considero una falta de respeto, para empezar. Para seguir, una manifestación latente de soberbia y de prepotencia. «Como soy yo, puedo hacer lo que quiero». Eso no me vale. Si no cumplimos la norma, no podemos exigir que los ciudadanos la cumplan. Es así de fácil.
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