Adolfo Suárez, el Presidente que colocó la primera piedra

El periodista aragonés Lisardo de Felipe habla continuamente en su perfil de Facebook de «hombres útiles» en Aragón. Con su permiso, apropiándome por un instante de este calificativo, España siempre ha contado con una larga lista de «hombres útiles» en diferentes facetas. Gracias a su trabajo, esfuerzo, y entrega, hoy España es lo que es. Sin ellos, no seríamos absolutamente nada de lo que somos, ni estaríamos en dónde estamos.
Sin ningún género de dudas, uno de esos hombres fue Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno de España desde 1976 hasta 1981. Pero, por encima de cualquier otro condicionante, el Presidente Suárez tiene un mérito innegable. Fue el Presidente que colocó la primera piedra de la democracia, y selló para siempre cualquier resquicio de continuidad del régimen franquista. Gracias a esta maniobra que posibilitó desde el consenso, el respeto, la generosidad y la escucha atenta, hoy los españoles somos lo que somos, y hemos llegados a hasta dónde hemos llegado.
Cuando en julio de 1976 el rey Juan Carlos I le encargó formar Gobierno lo tuvo claro desde el primer momento. Su primer objetivo era desmontar toda la estructura franquista, pero desde el más absoluto respeto y el diálogo para que nadie se sintiera ofendido. Para él, la palabra «consenso» era su santo y seña para ir avanzando en ese plan trazado, conjuntamente con el Rey, para democratizar el país y llevarlo a la democracia y la libertad.

En esta tarea contó con muchas personas, pero especialmente cabe citar a un asturiano destacado, también un «hombre útil»: Torcuato Fernández-Miranda y Hevia. ¿Se acuerdan de aquella frase: «De la ley a la ley pasando por la ley»? Es suya.
El año pasado, coincidiendo con el séptimo aniversario de su desaparición, escribí un artículo en este mismo espacio titulado «Siete años sin Adolfo». En un momento de tanta polarización política e institucional, es imprescindible reivindicar su figura. No lo tuvo (tuvieron) fácil. Había demasiados obstáculos en el camino; dificultades ideológicas, sociales, políticas, económicas, culturales… Pero su objetivo era claro y su hoja de ruta también.
Uno de los obstáculos más conflictos que debió sortear fue el del Ejercito. Unas Fuerzas Armadas muy pobres en cuanto a recursos, formación y estructura pero con una filosofía y una lealtad absolutas a todo lo que aún quedaba del régimen franquista. Por ello, tuvo que lidiar con no pocos problemas ante una cúpula militar que no concebía un nuevo modelo social y, mucho menos, una regeneración y una transformación total en el propio seno de las Fuerzas Armadas. Gracias a aquello, hoy el Ejército Español es un ejército moderno, avanzado, plural, desarrollado, tecnológicamente innovador y, sobre todo, renovado que no tiene absolutamente nada que ver con aquel Ejercito del año 1976 y anteriores.

El denominador común de la gestión de Adolfo Suárez pasa por una sola palabra: consenso. Suárez fue un hombre de palabra, y esta forma de actuar la llevó hasta sus últimas consecuencias. Hoy, la reivindicación de su figura es más importante que nunca. España necesita hombre como él, que sepan consensuar, que sepan pactar, que sepan dialogar; hombres que les preocupen los problemas de la sociedad… que sepan llegar a acuerdos en beneficio de España y de los españoles. Por desgracia, hay demasiada polarización y crispación que, casualidades o no, siempre llegan desde el mismo lado.
El año 1975 y siguientes fueron unos años de incertidumbres, de preocupaciones y dudas. La inquietud era grande. Había que desmontar todo un régimen que venía rigiendo el destino de los españoles desde hacía cuatro décadas con mano férrea y sin paños calientes. Esto hacía que muchos españoles se resistieran a que esos aires que cambio que traían bajo el brazo el rey Juan Carlos I y el presidente Adolfo Suárez fueran a ser realidad.

Por esta razón el Presidente tuvo que emplearse a fondo dialogando sin vetos, consensuando muchas medidas, pactando con muchas personas, y sobre todo, abriendo de par en par la mente para que esos aire de apertura y de renovación, paso a paso, se fueran haciendo realidad en detrimento del régimen franquista que poco a poco se desvanecía como un castillo de naipes.
Sin ninguna duda, la principal arma de Adolfo Suárez para lograr sus objetivos siempre fue el consenso. Algo de lo que, en la actualidad, muchos políticos tendrían que tomar nota y seguir su ejemplo.
También fue el arquitecto de que el 15 de junio de 1977, por primera vez en España desde 1936, se celebraran elecciones generales libres. Como no podía ser de otra forma, él ganó al frente de un conjunto de formaciones políticas de centro, aglutinadas en torno a su persona, bajo las siglas de UCD.
Y aquel Gobierno, también fue el artífice de que el 6 de diciembre de 1978 los españoles refrendásemos una Constitución, que certificó la mayoría de edad de la democracia española. A pesar de que esta mayoría de edad no estuviera exenta de peligros, tal y como ocurrió aquel 23 de febrero de 1981, cuando un grupo de guardias civiles al mando del entonces teniente coronel Tejero intentaron dinamitar aquella aún frágil democracia. Pero la fortaleza del pueblo español unida a la acción del rey Juan Carlos, a través del general Sabino Fernández Campo, dieron al traste con aquella locura sin sentido y sin rumbo.

Sobran los motivos por los que en el año 1996 se le concedió el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Su importante contribución a la Transición española a la democracia son los motivos por los cuales estuvo aquel aquel año en el ovetense Teatro Campoamor de Oviedo recogiendo tan distinguido galardón. el discurso que pronunció en ese acto no tiene desperdicio. Toda una lección de política, de concordia y de consenso.
No hay ninguna duda de que el nombre de Adolfo Suárez está cincelado con letras de oro en la reciente Historia de España. Fue, junto a don Juan Carlos, el artífice de que la Transición española se desarrollase bajo el paraguas del consenso, la libertad, los derechos, el respeto, la escucha y el diálogo. Gracias a estos mimbres, hoy los españoles somos los que somos, estamos en dónde estamos… y, también, algunos pueden pisar moqueta con la libertad y la tranquilidad que lo hacen.

Lamentablemente, la vida mostró la peor de sus fauces en varias ocasiones en el entorno personal del Presidente Suárez, y, por si fuera poco, los últimos años de su vida, se vio condenado a vivir con una enfermedad que le condicionó cruelmente hasta el día 23 de marzo del año 2014, día en que falleció. Por desgracia no se le pudo rendir el homenaje en vida que se merecía.
Faltan líneas para escribir cuánto debemos agradecerle, y cuánto tenemos que fijarnos en sus palabras y en su obra, No cabe ninguna duda, que es el mejor Presidente de la Historia de España. Un espejo en el que muchos políticos se tendrían que fijar, y respetar su obra y su legado. Adolfo Suárez logró que personas de ideologías contrarias –hasta entonces, enemigos acérrimos- se sentaran en la misma mesa y se dieran un abrazo de reconciliación, mirando al futuro con esperanza e ilusión.
Han transcurrido ocho años de su desaparición, y hoy, su modo de entender la política y España, sobre la base de la concordia, la reconciliación y el diálogo son más necesarios que nunca. Con más Adolfo nos iría mejor. Sólo es cuestión de aplicar una hoja de ruta. La que él aplicó a partir del mes de julio de 1976. Así de fácil. Pero se necesita voluntad. La que les falta a algunos.
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