Derechos de autor, un derecho intocable

Si hay algo que siempre se debe respetar en el ámbito creativo (en cualquiera de sus disciplinas) es la autoría de las obras. Escritores, pintores, escultores, arquitectos, músicos, cineastas, diseñadores, ilustradores, y demás artistas son los creadores de sus obras. Sus dueños. Por tanto, sus obras deben ser respetadas, y nunca modificadas sin su permiso expreso. Es un derecho básico y elemental: los derechos de autor. Un derecho que la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual define así: «En la terminología jurídica, la expresión “derecho de autor” se utiliza para describir los derechos de los creadores sobre sus obras literarias y artísticas. Las obras que se prestan a la protección por derecho de autor van desde los libros, la música, la pintura, la escultura y las películas hasta los programas informáticos, las bases de datos, los anuncios publicitarios, los mapas y los dibujos técnicos».
Pero CEDRO explica estupendamente bien en su canal de Youtube qué son los derechos de autor. Lo hace con un video muy ameno y muy ilustrativo. Merece la pena perder un par de minutos en verlo.
(Fuente: CEDRO)
Por ello, lo sucedido con los libros del novelista británico Roald Dahl es una vergüenza descomunal. El hecho de que los textos del conocidísimo autor de clásicos infantiles como “Matilda”, “Charlie y la fábrica de chocolate” y “James y el melocotón gigante”, se hayan reescrito para quitarles adjetivos como “gordo” o “feo” y menciones a la salud mental, a la violencia, al género y la raza es una falta de respeto absoluta. Un nuevo asalto a los derechos de autor y a la propiedad intelectual de forma descarada y desvergonzada.

No hay por dónde cogerlo. Indecencia a todas luces. Vivimos en la era de lo ‘politicamente correcto’. Eso no puede ser. El mundo de la creación no puede vivir sometido a los vaivenes políticos y sociales del momento. Las modas y estereotipos deben permanecer al margen.
En este sentido para el autor gijonés Ricardo Menéndez Salmon es imprescindible «la visión de creador y padre. No sólo es un atentado contra la idiosincrasia de un creador, que debería ser inalienable la compartamos o no, sino que sienta un precedente peligroso, porque ¿quién nos dice que mañana no sentiremos la tentación de reescribir a Pound por antisemita o a Genet por pederasta?».
Otro autor asturiano, Gonzalo Moure, pone el dedo en la llaga en otro problema derivado de ésta tan grave, o quizás más: «el problema real no es la reescritura, que sin duda es un aberración, sino la presión, editorial y en centros escolares, para no escribir hoy cosas que puedan resultar ofensivas para tal o cual colectivo.
Dicho de otra manera: Roald Dahl, al menos en España, no será reescrito, pero si viviera y escribiera hoy como escribía entonces, no sería publicado. ¿Autocensura? Sería hipócrita si dijera que no. No de una manera consciente, ni con una plantilla de lo que se puede escribir y lo que no, pero sí instintivamente. Igual que cuando conduces, y sin decírtelo a cada momento, tus manos corrigen por sí solas el rumbo para no salirte del carril correcto. Hoy, incluso Roald Dahl se autocensuraría».

Sea como sea, lo cierto es que el sector creativo no puede verse sometido a este tipo de censuras que lo único que consiguen es crear unas generaciones (las venideras) menos cultas y, lo más grave, menos libre. Como dijo Walt Disney, hay más tesoros en los libros que en todo el botín de los piratas de la Isla del Tesoro. Y en los tiempos que corren no estamos precisamente para desperdiciar tesoros.
(Fotografía de cabecera: @pixabay)
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