La lealtad, un valor en desuso
Hace muchos años, cuando la carrera profesional de mi madre encaraba su recta final, porque ya se acercaba sigilosamente el final de su actividad laboral en el (su) Hospital Infantil de Zaragoza le ofrecieron ser supervisora de su servicio, del Servicio de Neonatología, o asumir la jefatura de enfermería de todo el hospital. Qué eligiese una de las dos ofertas.

Pero el hospital quería recompensar los años de entrega, profesionalidad y sacrificio que siempre mantuvo hacía aquel centro sanitario. Ciertamente cualquiera de ambos cargos hubiera supuesto la guinda a toda una carrera volcada en la enfermería. Pero su respuesta fue tajante y contundente en ambos casos. Rechazó los dos ofrecimientos, y prefirió continuar sacrificándose domingos y festivos, noches, Navidades, Semana Santa… Su argumentación era muy evidente. La lealtad, el respeto y la amistad que tenía a sus compañeras, hacía quienes durante años venían trabajando en equipo, le impedía aceptar cualquiera de las ofertas. Si las aceptaba dejaría de ser compañera para ser ‘jefa’. Y ella siempre llevó tatuado en sus venas, en su corazón valores como la lealtad, el respeto y el compañerismo…
Una vez en casa, nos contó esto, y recuerdo que nos dijo (a mis hermanos y a mi): «Sois muy jóvenes y quizás ahora no lo entendáis, pero en la vida es más importante la lealtad y el respeto a los tuyos que cualquier ascenso profesional».

Con el paso de los años me he dado cuenta que tenía toda la razón del mundo. La lealtad a las personas que a diario están a tu lado, que a diario trabajan contigo, que forman parte de tu entorno es algo innegociable. O debería serlo. Y cuando esta lealtad se pulveriza y nacen gestos de felonía aunque vengan con el mejor de los lacitos, eso sólo tiene un nombre que empieza por “trai” y acaba por “ción”. Si, aunque suene muy duro, la lealtad es todo lo contrario a la traición. Como dijo alguien, hay algo que no dan la clase social, ni el dinero, ni el poder ni la inteligencia; es algo que se lleva dentro, que se nace con ello: lealtad.
El problema aparece cuando vuelas por los aires está lealtad simplemente por ignorancia, por desconocimiento, por interés propio, por ganas de enredar o, como pasa en muchas ocasiones, lamentablemente, por intereses oscuros y nauseabundos.
Decía Alfonso X el Sabio que lealtad es cosa que dirige a los hombres en todos sus hechos, para que hagan siempre lo mejor. Y no puedo estar más de acuerdo. Desde la lealtad se hacen las cosas bien, porque cuando uno es desleal los gestos de traición e ingratitud florecen como las flores en primavera. Cuando formas parte de un equipo de trabajo se debe ser leal con las personas que están trabajando contigo de forma continuada. Bastantes navajazos nos da la vida como para favorecer la llegada de otros nuevos. La lealtad y el respeto son esenciales en la vida.

No puedes (y no debes) volar por los aires cualquier gesto con aquellas personas que durante tiempo y tiempo están a tu lado. No es normal que se traicione a personas que a diario, como dicen en Aragón, “te están sacando las castañas del fuego”. No puede ser, que dice Carlos Mazón. Es un insulto a la inteligencia y un menosprecio en toda la regla.
El problema de la deslealtad es la decepción y la desconfianza que las acompaña. Una persona que ha sufrido una deslealtad en su ámbito laboral o en cualquier otro ámbito, queda emocionalmente muy decepcionada. Ha confiado en esa persona (o en esas personas), y esa confianza ha quedado dinamitada. Cuando la confianza se explosiona, se apodera la decepción y la desconfianza. Y es muy difícil recuperar el grado de confianza que había anteriormente. Pero también son absolutamente ciertas las palabras del clérigo norteaméricano Henry Ward Beecher cuando decía que el mayor éxito de una persona llega después de las desilusiones.

Pero es evidente que la desilusión o la decepción hay que gestionarla previamente, y a veces es complicado; especialmente, cuando ves, que a determinadas personas de tu entorno le importa poco esta decepción.
Lo que sí es evidente es que en estos momentos es cuando las personas se posicionan y se sabe quién es quién. Ante los momentos difíciles, cuando alguien muestra la peor de sus fauces, es cuando sabes quien sí, quien no, quien a veces. Pero especialmente quien si de verdad, incondicionalmente, sin titubear, sin dudas. Porque empuña la bandera de la lealtad. Y es lo que importa de verdad.
(Fotografía de cabecera @pixabay)
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